Hace ya 39 años que un día 9 de agosto de 1982 el grupo de trabajo sobre poblaciones indígenas de la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección a las Minorías de las Naciones Unidas celebró en la ciudad suiza de Ginebra su primera reunión. Diez años más tarde, se conmemoraban — y también se celebraban — en gran parte de Europa e, incluso, en Latinoamérica los 500 años desde la llegada del explorador europeo Cristóbal Colón a las costas de América. Pero en este entonces las disputas sobre cómo evaluar los siguientes procesos de conquista, aculturación y explotación territorial ya habían dividido a más que un grupo de trabajo y habían permitido abrir fisuras en las visiones historiográficas hegemónicas que por 500 años dominaron los relatos acerca de la “suerte” que desde entonces corrieron los pueblos originarios de América y de otras partes del mundo.
En este conflictivo contexto de revitalización y de reivindicación de identidades culturales negadas, perseguidas y discriminadas frente a nuevos procesos de homogenización y ejercicios de poder, ahora ya no en nombre de una corona, sino bajo la tutela de una nueva globalización y con el pseudónimo de un supuesto desarrollo, el 23 de diciembre de 1994, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió con su resolución 49/214 que se celebre cada 9 de agosto el “Día Internacional de los Pueblos Indígenas”. Evidentemente, la creación de estos días conmemorativos no obliga a ningún Estado a realizar actos significativos para asumir su responsabilidad y mitigar las deudas que se han acumulado durante décadas —y siglos— en su relación con los pueblos indígenas u originarios del territorio que hoy el Estado Nación reclama como propio. Pero, aun así, estos días simbólicos generan la oportunidad para visibilizar la situación de morosidad que tienen la mayoría de los Estados con los pueblos indígenas a los cuales han usurpado, no solamente el territorio, para fundar su independencia y para construir su identidad como Estado Nación. Y nunca está demás decir que el Estado, como organización sociopolítica, lo forman también las personas, lo formamos tú y yo.
Según datos de Naciones Unidas, hay más de 476 millones de personas que pertenecen a pueblos indígenas y que viven en 90 países de todo el mundo, lo que representa el 6,2% de la población mundial. A su vez, se reconoce que los pueblos indígenas son los poseedores de una gran diversidad de culturas, tradiciones, idiomas y sistemas de conocimiento únicos y que tienen una relación especial con sus tierras, además de diversos conceptos de desarrollo basados en sus propias cosmovisiones y prioridades.
A pesar de representar poco más del 5% de la población mundial, los pueblos indígenas u originarios consideran al 22% de la superficie terrestre mundial su hogar y viven en áreas donde se encuentra alrededor del 80% de la biodiversidad del planeta en tierras no explotadas comercialmente. Aunque numerosos pueblos indígenas en todo el mundo son autónomos y algunos han logrado establecer la autonomía en diversas formas, muchos de ellos todavía se encuentran bajo la autoridad de los gobiernos centrales de los Estados Naciones que ejercen el control sobre sus tierras, territorios y recursos. Otros datos de la Naciones Unidas indican que más del 86% de las personas indígenas de todo el mundo trabajan en la economía informal y tienen casi tres veces más probabilidades de vivir en condiciones de extrema pobreza que sus homólogos no indígenas. Datos que cuando se trata de oportunidades de educación e igualdad de género no son mucho mejores.
Pensando, entonces, en la oportunidad que se tiene hoy en Chile, a partir del proceso constituyente, que es resultado de la participación de personas que precisamente se entienden como agentes activas y activos en la creación de un Estado más protagónico y responsable, debemos aplaudir el hecho de que no solamente se logró establecer escaños reservados entre las y los constituyentes para los pueblos indígenas u originarios, y que con 17 escaños reservados para los 10 pueblos originarios representan el mayor número que se haya establecido a nivel internacional para pueblos indígenas en una asamblea de este tipo; sino que esta misma convención, que en el marco de un año debe formular una nueva base de acuerdos y de márgenes para la convivencia nacional, eligió además para su presidencia a una persona que es indígena y mujer, da esperanzas de que esto sea más que otro gesto simbólico y represente la voluntad real de establecer un nuevo trato hacia grupos históricamente marginados y discriminados. Cuando Elisa Loncón, en su discurso postelección, indica que el órgano que le toca presidir “transformará a Chile en un país plurinacional e intercultural”, pareciera estar muy alineada con las demandas del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), António Guterres, quien proclama que “necesitamos un nuevo contrato social que restablezca y honre los derechos, la dignidad y las libertades de quienes han sufrido tantas privaciones durante tanto tiempo, y para ello es fundamental el diálogo genuino, la interacción y la voluntad de escuchar.”
Chile, y con ello todas las personas que habitamos en esta franja territorial, tiene la oportunidad histórica de establecer y de cumplir estándares de tolerancia, madurez e interculturalidad, valorando los conocimientos ancestrales de los pueblos indígenas y originarios acerca de la convivencia, entendiendo esta más allá de las relaciones entre seres humanos como una oportunidad con la vida en su territorio. Formando parte de la educación ambiental y comprometiéndose tanto con los y las visitantes, como con los y las residentes, no solamente humanos, de los entornos, el turismo sustentable puede encontrar múltiples ocasiones para contribuir a este diálogo intercultural, que se basa sobre todo en escuchar, comprender, respetar y aprender de la enorme riqueza de formas de vida que ha sabido adaptarse a las condiciones de su territorio.
Oliver Schmitt Fuchs
Docente Turismo Sustentable sede Viña del Mar.
Antropólogo Social Universidad Georgia Augusta de Göttingen, Alemania.
Magíster Artium con menciones en Etnología, Ciencias de la comunicación y Filología Romana.